martes, 7 de octubre de 2008

TRISTANA, de Pérez Galdós



















De regreso a los clásicos, donde
siempre se encuentran tantas cosas. Parece mentira que una novela, en apariencia no demasiado compleja, pueda dar para tanto. Pero lo cierto es que, aunque mientras la estás leyendo parece que no esté dando demasiado de sí, al final resulta que te ha aportado numerosos temas sobre los que meditar, porque aborda muy variados aspectos de la vida, de las relaciones, de los deseos y los sentimientos de los personajes. A ver si consigo ordenarlos.

Lo más evidente es la historia de don Lope, caduco donjuán que se aprovecha de la orfandad de la hija de un conocido. La adopta y la hace suya totalmente, sobre todo en una época en la que la "deshonra" equivalía a la negación de cualquier otra posibilidad. Y sin embargo, Tristana no parece darse cuenta de la gravedad de su situación. Don Lope es un padre-amante que tampoco la molesta demasiado en sus ensueños.

Tristana es una joven fundamentalmente soñadora, que no percibe la realidad de las cosas y que vive en un mundo ideal en el que sólo varía el objeto de su atención, pero nunca la intensidad con que se entrega a él. Vive prisionera y anhela la libertad, pero vagamente, como en un juego, como en un sueño. Y así va superponiendo sucesivas ilusiones en su vida: la pintura, el teatro, los idiomas, la música... En todas las disciplinas es buena, probablemente como consecuencia de la pasión que les pone. Pero la principal ilusión en su vida es el amor, primero hacia Horacio Díaz, luego hacia Dios, y al final quién sabe si incluso hacia don Lope.

Su relación con el joven Horacio es lo que, en principio, parece más insulso de la novela, pero que al final se me ha revelado como uno de los grandes hallazgos. Su historia con el insustancial pintor no puede ser más vulgar, más cursi, más previsible. Me disgustó sobre todo el largo episodio de las cartas de los enamorados. Qué empalago. Pero claro, Galdós no se podía quedar ahí. Tras tanto merengue, el retorno de la cordura. Y aquí es donde el maestro me hizo quitarme el sombrero: cómo vemos a Horacio empequeñecerse, emborronarse, desintegrarse finalmente a los ojos de Tristana. Qué bien presentado, con extraordinaria discreción narrativa, incluso con cierto distanciamiento, el final de una historia de amor que parecía más fuerte que la muerte. Como todas. Genial el momento en que Tristana constata que no existe el hombre al que amó, que no existió nunca, que solo fue un producto de su incendiaria imaginación. Pero sin alharacas, como si siempre hubiera sabido que eso tenía que suceder. Porque efectivamente sucede.

Lo que no sé si únicamente tiene un valor simbólico es el episodio de la pierna. Al margen de que en aquellos tiempos fuera usual presentar defectos y problemas físicos, y aparte también de la especial atracción de Galdós por los seres tullidos de alguna manera, no creo que le aporte nada a la historia. Puede tener valor simbólico, ya digo: es el fin definitivo de los deseos de libertad de Tristana. Porque la historia no hubiera cambiado sustancialmente, creo yo, si Tristana hubiera conservado la pierna. El amor con Horacio se hubiera terminado de igual manera; la decadencia de don Lope se hubiera ido acentuando también de manera inevitable, haciéndole cada vez más dependiente de la chica. Lo que se consigue es que así la dependencia sea mutua. O quizás también acelerar el sentimiento de culpa y las ansias de protección hacia su víctima por parte del viejo verdugo, al que se nos presenta cada vez más humano e incluso entrañable.

Asistimos así al progresivo cambio de percepción de don Lope: de ser una persona casi abominable (aunque nunca se le etiqueta como tal) pasa a ser un solícito padre atento a los más mínimos caprichos de su niña enferma, dispuesto a consentirle incluso el amor con Horacio. Fantástica también la postura de don Lope, su perspicacia, para detectar el poco peligro que tiene la vulgar historia de amor de la chica. Muy buena aplicación de la experiencia, de la paciencia, del "savoir faire".

Y al final, no se sabe si se trata de un entente cordiale, de un aterrizaje forzoso o de una inevitable evolución por parte de Tristana, pero su matrimonio con don Lope le da al tiempo que le quita. Le da su perdida honradez, le da serenidad, distancia, equilibrio. Y le quita sus sueños, el mundo ideal, sus deseos de libertad. Incluso su nueva afición, la repostería, a la que se entrega con su pasión habitual, parece amarrarla aún más a tierra. Tristana no volverá a volar.

Quizás para algún curso de bachiller muy bueno, y con una cierta preparación previa, pudiera valer. Pero no creo que pasen más allá de la anécdota. Habría que ayudarles mucho. Y aun así... A mí me ha gustado. Sobre todo desde que empieza a deteriorarse la historia de amor. No es algo que se suela tratar en literatura, y la verdad es que Galdós consigue plantearlo de una forma muy equilibrada, sin implicarse demasiado en los sentimientos de sus personajes ni tomar partido por unos ni por otros, lejos del maniqueísmo de sus novelas de tesis. Bien. Muy bien.

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