sábado, 7 de febrero de 2009

EL CONSUELO, de Anna Gavalda


Un arquitecto de 47 años, casado con una mujer que tiene una hija de otro hombre. Su relación con la esposa está en las últimas. Con la niña, de 14 años, tiene una magnífica conexión. Una vida de lo más rutinaria, acomodada y sin problemas.
Que entrará en convulsión cuando recibe una escueta noticia: "Anouk ha muerto". A partir de aquí, en sucesivos retrocesos, el protagonista (o el narrador, según un criterio imposible de discernir) nos adentra en una bonita historia de niño-adolescente-joven eternamente enamorado de la fantástica madre de su mejor amigo. Sentimiento, al parecer, correspondido.
Pero luego, claro, lo que pasa: la vida se impone con toda su lógica, y el brillante arquitecto lleva años sin saber nada ni de su eterno amor ni de su hijo, al que oscuras circunstancias (que nunca nadie se tomará la molestia de aclarar) llevaron a convertirse en un drogadicto de mucho preocupar.
Y caramba, esta parte de la novela me la leí sin respirar. Me parecía una historia atractiva y me las prometía felices viendo las muchas páginas que me quedaban. Cuando de repente, vaya por Dios, la novela da un giro totalmente inesperado y de golpe y porrazo nos vemos sumergidos en la idílica vida de la granja de Pim y Pom. O es que nos hemos equivocado de libro y hemos cogido "Los cinco en Bretaña". O donde quiera que se encuentre la granja que ocupa la segunda parte de la novela. Qué rollo, qué cursi y qué predecible. Allí en la granja vive una criatura, mezcla de Robinson Crussoe y de Teresa de Calcuta, que viene a ser la edición renovada de la fallecida Anouk. Sólo que en plan rústico-ecologista-solidario-sostenible y tal. Rodeada de niños y de animales, tan bella, laboriosa, bondadosa y hacendosa que, claro, nuestro protagonista no tiene más remedio que dar una sacudida a su vida, arrepentirse de todos sus pecados y enamorarse de ella. Y ella de él. Y él de los niños. Y todos de todos.Y así, finalmente todos redimidos, son felices y comen perdices foreverandeverandever (ya cansa la gaita de poner cientos de frases en inglés en la novela. ¿Qué pretende demostrar, que conoce esa lengua? Pues como todo el mundo, maja. Si fuera el sánscrito...).
En fin, que no me quiero cebar, pero que se me ha hecho interminable. Y que si he acabado de leerla ha sido, por una parte, por asegurarme de que mi malísima impresión era cierta, y por otra, por divertirme observando hasta dónde es capaz de llegar la desfachatez humana: pues hasta el final, ya lo he visto.
Por favor, Anna Gavalda, no escribas más hasta que no tengas algo interesante que contar. Ahora que ya has dado salida a todas tus ensoñaciones de adolescente, sería bueno que intentaras escribir algo adulto. Y si consigues enlazar diez palabras (en francés) sin poner ningún punto y aparte, ya verás qué mundo de nuevas posibilidades expresivas descubres.
Y que conste que no he querido ser despiadada, pero es que... ¡vaya tela!

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