miércoles, 11 de febrero de 2009

RACCONTI ROMANI, de Alberto Moravia


Sesenta cuentos con varios denominadores comunes: Roma, por supuesto, presente en todos ellos; pero también un narrador en primera persona, y unos protagonistas que comparten rasgos: son hombres jóvenes, mayoritariamente feos y poca cosa, que pertenecen a una clase social baja pero que en su mayoría no tienen problemas de supervivencia. Todos ellos, también, se enfrentan a un momento de su vida en el que les ha sucedido algo, no importante, pero sí anecdótico: divertido, triste, frustrante, indignante, decepcionante..., según. Sus vidas no cambian por ese hecho, pero sí que será algo para recordar y de lo que podrán hablar en lo sucesivo.
Muchas de esas anécdotas tienen que ver con el amor. Pero nunca se trata de un gran amor. Son pequeñas historias de hombres pequeños. Otras muchas plantean temas de picaresca: de engaños, de trampas, de robos... Todo ello, también, a pequeña escala. Una escala en la que cualquiera podríamos reconocernos, por eso estas vidas nos resultan tan próximas, por más distantes que nos podamos sentir ya de aquella Roma de los años cincuenta.
Muy bien Moravia. Cuentos muy breves, que en ningún caso resultan aburridos. Ni tristes, ni indignantes. Tiene esa forma suya de contar, tan cercana pero al mismo tiempo tan distante de los hechos que narra (pese a utilizar siempre la 1ª persona, lo cual tiene un mérito extraordinario), que consigue resultar ecuánime ante cualquier circunstancia. Me gusta mucho este autor, definitivamente. En el polo opuesto a la grandilocuencia o al patetismo. Cuenta sus historias como las contarían, efectivamente, sus personajes: casi deprisa, sin desperdigarse en lo que no sea fundamental, al grano. Y con una punta de humor, o con un tono de resignación indiferente, que hace que cualquier suceso, por desagradable que pudiera parecer, quede dentro de los márgenes de lo anecdótico, formando parte de una vida de la que también forman parte miles de historias parecidas, por lo cual no hay que dramatizar.
Así es que, aunque he pasado muchísimo tiempo leyéndolo (es muy largo, y a las novelas en italiano no les dedico tanto tiempo), puedo decir que resulta una lectura muy agradable. Cada vez me gusta más la gente ligera y alada, entre los cuales espero tener la suerte de encontrarme. Cada vez los reconozco con más facilidad.
Y ojo con los seres alados: su gracia consiste en no ser lo que parecen.

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