jueves, 14 de agosto de 2008

LA EDAD DE LA INOCENCIA, de Edith Wharton



Nueva York, a finales del siglo XIX, era un pueblo. Al menos por lo que respecta a la reducidísima clase alta. Incapaces de dar un paso sin ver o ser vistos, impensable el hecho de no actuar siempre de cara a un escaso pero estrechísimo círculo que no perdona ni la más leve disidencia de sus rígidas normas. El marco perfecto para un amor imposible. Newland Archer, prometido con la bella May, prototipo de todas las perfecciones que su clase y condición le exigen, conoce a la prima de esta, la misteriosa Ellen Olenska. Ausente de Nueva York durante los años que ha durado un desgraciado matrimonio, Ellen reúne en sí todos los ingredientes: es bella, inteligente, tiene un pasado turbio, se le atribuye una vida en Europa llena de atractivos... Pero su pasado quedará siempre tan oscuro para el lector como para los propios personajes. Es suyo, y eso forma parte de su leyenda.


Inevitable el amor entre Archer y Ellen. Imposible también. Ambos son demasiado honestos, demasiado "neoyorquinos". No pueden contravenir las normas, dañar a la familia, al buen nombre... Y se sacrifican. Y al fina, Archer comprende que todo ha sido en vano, pues mientras ellos se consumían en la inutilidad de una vida frustrada, todo Nueva York (incluida May) estaban convencidos de la existencia y práctica de ese amor, y se confabulan para acabar con él. Eso sí, con los modos más exquisitos, clavando el puñal entre sonrisas y besos traicioneros.


Muy hermosa historia. Muy triste el final. Me gusta sobre todo por la imagen tan pueblerina y cerrada que da de Nueva York, tan diferente a la que tenemos ahora. Es un ambiente tan asfixiante como la Vetusta de Clarín. Hay una tensión amorosa casi tan fuerte como en aquella, también.


En resumen, es una gran novela. Es la segunda vez que la leo y me ha gustado más aún en esta ocasión. Muy bueno también el final: no hay que remover los fantasmas del pasado, no hay que trasplantarlos de su lugar. Conservemos los recuerdos de lo que pudo haber sido y no fue en las oscuras capillas que siempre habitan nuestra mente. Fuera de ahí, todo se desintegraría. Hasta el recuerdo.

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